Relato: ¡Que lloren por tí!

Quien en Eridu ensalzó tu nombre. Llore por ti...
Quien... ensalzó tu nombre. Llore por ti...
Quien proporcionó... grano para tu boca. Llore por ti...
Quien puso ungüento en tu espalda. Llore por ti...
Quien puso cerveza en tu boca. Llore por ti
la meretriz Que te ungió con aceite fragante. Llore por ti...
del harén que te llevó La mujer y el anillo de tu elección.
¡Lloren los hermanos por ti como hermanas...
y crezca larga Su cabellera por ti...!

(Fragmento del Poema de Gilgamesh)


Subo a mi tren, no al tren que ya tengo encima, sino a la jaula mecánica insensible. No hay posibilidades de regreso de este viaje, ¡la mierda de las perras te transforma en una gila!, “le dije una vez”.
El vendedor canta su canción de lástima para cachetearme de mi improductivo argumento, y las miradas buscan apaciguar los remordimientos y el hambre callando con algún billete aquella doliente voz del infante. Mientras un inconforme suicida, que traba el cierre mecánico, con el placebo de un orgullo oscuro, le tiende la mano a un desesperado durmiente del sistema, que pretendía acortar la imposibilidad de su refugio personal corriendo tras el sueño de un descanso, que le induce la puerta entreabierta de un vagón en movimiento, y en la cuadratura de su tiempo imagina el premio a una impensada estación de llegada.


Las medias aprietan, en su transparencia, la perfecta seducción de los muslos y pantorrillas, para mostrar un juego de deseo y muerte, muerte de anhelos y amor.
Las manos que se deslizan en el sintético, tan parecido al juego que nos proponemos, porque nunca seré tuya, mi carne tiene llagas y surcos de manos impregnadas en basura, el rastro de su sangre dejo tatuado cada enfermo deseo que golpearon. Deseo que no puedo definir y siempre busco, por momentos lo dibujo, y en otros lo carcomo y lo desgarro como una loba sedienta de carne y sangre, pero voy al encuentro con la inconsciencia de las aguas que calientan mi piel y danzan al ritmo de este retumbe en mi pecho.
Esta esquina es la única testigo de mis renuncias criminales, su vereda recibe las agresiones de mis tacos sin emitir un quejido, me acompaña unos instantes de oscuridad y luna, como la simpleza de la esperanza de nada que hay en mi alma. Recibo los vómitos bucales que pretenden ser piropos, alimentados por el morbo de mi exhibición, juego a sentirme entre el deseo y el uso, juego a ser la reina y la mendiga.


Bajo en la estación de mi destino, que no es lo mismo que romperte la tráquea con mis pulgares y ver en el fondo de tus pupilas la desesperación del último suspiro, cuando te digo: “llegaste a la estación final de tu vida”.
Miro, nunca miro, veo, vivo obsesionado en ver todo, busco en cada cosa lo imposible, y me privo de mí, bajo la mirada y alcanzo a ver mis manos, las mismas que golpean su odio en tantos rostros para cambiar dientes y quijadas rotas en un montón de billetes sucios, y que también acarician el sexo incontenible en su suave piel de muñeca rota, ¡Ah, pero algún día te haré mía totalmente! Como cuando absorbo el primer trago de tinto con hielo, bien frío, en el martona, ¡Sí! Entraras totalmente en mí, pero la finitud de ese instante es lo que me frena, el no poder prolongarlo en el tiempo me provoca la contención del acto.

El túnel me desafía en sus tramos oscuros, mas mis ojos que durmieron entre el hollín del aliento de las avenidas, se adaptan a cada pequeño reflejo, reconozco los olores, la grasitud de sus pelos, el torpe movimiento de sus pies en las baldosas, sus miradas esquivas de implacables jueces adictos y miserables, sin nada, sin nada, en mi pensamiento grito: ¡a ustedes les digo! ¡Mi puta me espera!


Saco el espejo de mi cartera para ver si la máscara de “soy toda sexo” sigue tan ridícula como al principio, mis finos dedos, que tanto halagan los giles, tantean las tripas de la bolsa, reconocen la petaca del filoso alcohol, a su lado la tibia sevillana que de vez en cuando se lava con la sangre y grasa de algún engreído.

Tu espera me moja un poco, ¿no sé por qué este deseo al que me resisto? ¿Desde cuándo me empecé a entregar a este gil? Pero esta noche es como un beso largo a mi peti, que con su elíxir me lleva al consuelo de morir un poco acunada en mis recuerdos, porque allí puedo decir “te amo” y sentirlo que es sincero.


Apenas subo las escaleras de salida puedo ver sus finas piernas, que se clavan en mis pupilas con todo el peso de los ritos compartidos, comprometiendo alguna lágrima de mi sangre, aunque ya vertí toda la sangre de mis venas, ¿cuándo, cómo? Poco importa, me da pereza recordarlo. Como a veces oler el alcohol en su rojiza piel, esa debilidad que le soporto, porque sé que tapa el sudor agrio y sebáceo del padrastro que se la violó desde los doce, aunque ahora le sigue gustando, el imperdonable anticipo del sexo, no hace más que afilar el deseo de resarcir la impotencia y vengar la inocencia robada. El futuro solaz es lo que detiene mi mano de ahogar esta puta cadena que me tiene atado a un sentimiento del que no quiero depender, si la perra no se decide lo destajo yo, y después arreglo con ella. Pero nada me apura, solamente el vértigo de mi impulsivo deseo, que ya lo calmo, llamándola, mientras me acerco.


El encuentro del filo frío, tallado en los cordones sucios de hollín y escupitajos, con el imperturbable hielo del rencor ancestral de una hembra, pero ningún hombre tiene marcada su hombría hasta que es mordido por la loba furiosa que lleva una mujer en su pecho, él la mira, ella musita algunas palabras.


Me dice “Hola amor” en el siseo de su dulce voz y es como si el néctar de un blender de cincuenta se deslizara en mi garguero, le respondo “hola” con el imperturbable frío del dolor de los desposeídos, legado de mis calles.
La tomo por el grácil meridiano de su cintura y pegando su cuerpo al mío siento sus formas abrazándome, así me siento un poco más humano, le doy un beso apretando su labio inferior con los míos y ella intenta estirar su lengua para acariciar mi oquedad sedienta, en el momento que retiro mi boca, en un reflejo tan inútil de sostener una hombría inexistente.


Mientras encaminamos las cuadras al telo, que refugiará el cielo de nuestra entrega, me cuenta las desventuras con su compañera de pieza, es a la única que escucho, su voz, su particular entonación de transformar las palabras en una inflexión de deseo, me lleva como las míticas sirenas de Odiseo. A cualquier otra la hubiese silenciado de un revés con mis nudillos, para acallar el asco del recuerdo en los sermones de la dire del orfa.


Llegamos al tugurio llamado “La luna”, entramos entre luces rojas, estiro mi mano en la recepción y el Paco, apenas relojeándome, me tira la llave del nueve. La puerta se abre con el ruido de bisagra invariable, ella como siempre lo protesta culpando al encargado de no aceitarla, no sabe que yo le pido que no lo haga, es la mejor alarma de mi única salida. No la dejo llegar a la cama, la desnudo frente al espejo, la débil luz azul nos deja mirarnos en el reflejo, mis ojos por fin en la penumbra se despojan de mi ego y se entregan a los de ella sin dudas, gritando que soy suyo, amparado en el anónimo de la semipenumbra, por lo menos así lo creo, y es lo que me permite ser un poco yo mismo. Sé dónde tocarla, dónde las puntas de mis dedos tensaran sus deseos, después de muchas sábanas revueltas y vomitar nuestros miedos, nos confesamos algunos placeres, sin iguales ni parecidos, nacidos de ella en mí, y yo en ella. Nos llevamos a nuestros extremos, nos contenemos y volvemos a embestir, jugamos a prolongar sin llegar, en un afán tortuoso y placentero en el que juega mucho nuestro ego malherido.
Después de algunas horas que no marco ningún reloj, su cuerpo descansa sobre el mío como una pincelada excelsa e irrepetible de inspiración divina, el sudor se enfría entre mi piel y su cuerpo tibio, y muy a mi pesar cubro su desnudez para que continúe su viaje de sueño en mi pecho.

Como siempre, hace más de media hora que la observo, me gané su confianza para salir de su lado sin que me sienta, corro la sabana desde sus pies hasta la cintura muy suavemente, ella boca abajo, media de costado, si me siente ya lo sabe y sigue en su descanso, recorro con mis ojos su figura haciendo poemas en su forma, mientras mi pulgar recorre el filo de la sevillana, el sacrifico de mi sangre me muestra la torpe debilidad de mi humanidad, entonces hago un corte en mi muslo para salir del sueño de amarla, algún día llegará la fuerza que necesito para liberarnos, entonces la cortaré y la llevaré a esa eternidad donde será solamente mía. Sí, la eternidad es fría como el mármol que cobijaba mi cuerpo cada noche de pequeño.

Ya me voy, tengo que destajar a un pequeño burgués por dinero, que no me provoca piedad ni remordimiento, ella despelleja un caramelo de su papel, desnuda, sentada en medio de la cama, lo mete en su boca, me muestra el paquete y me hace un gesto ofreciéndome uno, consiento, pone su mano en mi cara, con la otra saca el caramelo de su boca y lo pone en la mía, me besa y vuelve al rito de despellejar otro caramelo, el placer de verla me demora hasta el final de su tarea, entonces sí me voy, la dejo en el cuarto, le tiro la mugre de los billetes a Paco, y me desprendo en el maloliente y frío aire de la calle de todo.
Mientras camino mi sendero de sicario vienen a mi mente algunas cosas, su padrastro violándola, su huida al dolor de una soledad sometida, el cambio de dinero por pedazos de su alma en sucio sexo, el ahogo de sus impotencias en el alcohol y las anfetas, todo, todo, hizo este exquisito ser de unos minutos que deje atrás, pero no pude llorar por ella.





Gracias por leerme