Confesiones de un taxista

Con un ladrón a bordo

Hubo una época en que trabajé de noche con el taxi. Evidentemente los códigos son muy diferentes al trabajo diurno. Hay que acostumbrarse y mirar más a los pasajeros que suben, los lugares por donde se transita y los destinos a los que nos llevan.

Una noche "yirando" por la avenida Juan B. Justo, con mi Peugeot 504 que manejaba en aquel entonces, me pararon dos jóvenes en el cruce con calle Muñecas. Al subir me dijeron que uno tenía como destino final Juan B. Justo y Carrasco y el otro, el Bajo Flores. Iniciamos el recorrido a las 23.30 aproximadamente, en una noche lluviosa, donde uno tiene que manejar más atento al tránsito. Trataba de escuchar lo que conversaban estas dos personas, dado que su aspecto no era muy tranquilizador. Aunque el chofer no quiera, escucha las conversaciones de los pasajeros, si bien no participa, ni brinda opinión personal, está muy atento a los diálogos.

Estos dos muchachos hablaban sobre lo que habían realizado durante el día, lo hacían en un tono muy bajo, pero de pronto escuché una palabra que se destacó en el murmullo. El que parecía mayor le dijo al otro: "Vos tené cuidado, acordate que estás con la probation "

Esta última palabra fue la que me hizo prestar más atención a la conversación y a mirar con mayor detenimiento por los espejos. Personalmente acostumbro a tener tres espejos en el interior del auto: uno ubicado en el lugar clásico, el retrovisor, pero panorámico, que me brinda un mayor campo visual; otro sobre el lado izquierdo del parabrisas arriba, para observar al pasajero del lado derecho, y el otro junto al reloj taxímetro, que me permite ver al ocupante del asiento detrás del conductor. Era evidente que si uno de estos pasajeros estaba con la " probation ", era porque estaba en libertad condicional.

Al cabo de 10 minutos de recorrido, el sujeto que había mencionado la palabra que llamó mi atención se bajó en Carrasco y continuó el otro solo. Afuera seguía la lluvia y había muy poco tránsito en la avenida. Con poca fortuna, en ningún momento del trayecto me crucé con algún móvil policial para pedir ayuda. Yo manejaba con el dedo índice de la mano izquierda sobre la palanca de luces largas para hacer señas inmediatamente viera a un policía.

Estando ya los dos solos, empecé una conversación con este pasajero:

- ¿Qué te pasa? Te noto preocupado.

- ¿Sabe que pasa Don? Ocurre que nosotros andamos por izquierda. -me contestó-

- ¿Cómo por izquierda? -le pregunté-

- Sí, nosotros laburamos de afano. Hoy por la tarde con un amigo fuimos a chorear en una confitería de Villa Urquiza. Todo venía fenómeno, pero de golpe apareció un cana y empezamos a los tiros. A mi amigo lo agarraron porque también intervino la brigada y yo conseguí escaparme y al correr resbalé y perdí el celular, el fierro y la guita del choreo.

Cuando escuché que había perdido el arma, me quedé un poco más tranquilo, porque pensé que no tendría dos "fierros" encima.

Continuamos conversando y entonces se sinceró aún mas, contándome que él había empezado a robar siendo muy chico, que lo habían detenido y que fue a parar a un reformatorio. Cuando salió, volvió a robar varias veces hasta que finalmente terminó en la cárcel de Villa Devoto. Ahora estaba en libertad condicional, realizando trabajos comunitarios en un colegio religioso de monjas, en el barrio de Barracas.

Nos quedamos los dos un rato en silencio. En ese momento me salió el paternalismo de adentro y le pregunté por qué no se ofrecía para limpiar todas las mañanas los vidrios y vidrieras de los locales de alguna avenida, que de esa forma haría un trabajo decente y no tendría riesgos de terminar sus días entre rejas. Me miró como teniéndome lástima y dijo: "Sabe qué pasa, a mí esa plata no me alcanzaría. Yo estoy separado de mi mujer y tengo una beba de casi un año. En la calle donde usted me va a dejar, está la casa de ella y voy para que me preste unos pesos para desaparecer por unas semanas. Después volveré al convento de las monjas y continuaré con las tareas comunitarias"

No obstante, volví a intentar convencerlo de que era mucho mejor que tratara de encauzar su vida, considerando que era muy joven y que podía tener, si se lo proponía, un futuro decente.

En ese momento, suspiró y me preguntó mi edad, 60 años, y me dijo: "Mire, yo tengo 23, y nunca voy a llegar a su edad, a mí me van a bajar antes" No atiné a responderle nada.

Llegamos a la dirección indicada, me pagó, me palmeó en el hombro y me dijo: "Cuídese Don" Se bajó y lo vi alejarse con andar cansino bajo la llovizna que mojaba los adoquines y la luz de los faros que alargaban la sombra de su figura.

Me quedé unos minutos con mis pensamientos, me volvió la imagen de mi hijo que murió de un paro cardíaco a los 22 años, sacudí la cabeza, puse primera y doblé hacia la avenida cercana, estaba muy solitaria y brillante por la lluvia.

Será hasta nuestro próximo encuentro.


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